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Marcel Eck: La verdad acerca de mentir

Marcel Eck, psiquiatra y psicoanalista francés. Este artículo es un extracto de su libro "Lies and truth" publicado en 1970.

Cuando los adultos hablan de mentir, siempre dan la impresión de que sólo los niños son culpables de ello. Los padres coinciden fácilmente en que el deber hacia la verdad es diferente para los adultos y los niños, pero están convencidos de que en la práctica sólo los niños incumplen este deber. Los adultos juzgan sin pensar ni por un momento que ellos también mienten y, más frecuentemente, crean el clima en el que es imposible no mentir.

Mentir es tener la intención de engañar. Pero hay situaciones en las que la intención de engañar se convierte en una obligación casi apremiante. Una sociedad en la que todas las verdades fueran expuestas sin rodeos sería más un infierno que un paraíso.

El niño no está tan inclinado a ver circunstancias justificativas y exoneradoras como lo está un adulto. Los niños sólo adquieren la necesidad de justificar sus mentiras más tarde. Su conciencia embrionaria no hace mucha distinción entre los diferentes grados de mentira. El niño dice algo que no es cierto. Eso es todo. No busca más explicaciones. Esto se debe a cierto formalismo moral que tiene en cuenta sólo el acto y no su intención ni sus consecuencias. El sentido moral más fino que se requiere aquí es obviamente difícil de adquirir.

Un estudio muestra que la noción de maldad se asocia con la mentira relativamente tarde en el desarrollo del niño, no antes de los siete años. Si bien el niño considera la mentira como un acto inmoral, la acepta como una forma de vida necesaria para protegerse y vivir en paz. Considera que mentir más es una violación de las convenciones sociales que una verdadera falta.

Permitámonos considerar algunos ejemplos:

  1. Robert niega haber roto el jarrón de la sala aunque no hay duda de que lo hizo. Éste es el tipo de mentira utilitaria destinada a evitar el castigo. Será más o menos hábil, más o menos convincente, más o menos teñida de perversidad, según pretenda o no exonerar o sospechar de otra persona. De todas las mentiras, la mentira para evitar el castigo es, con diferencia, la más común.
  2. John sabe muy bien que Robert rompió el jarrón en un ataque de ira. Sin embargo, les dice a sus padres que Robert es inocente. Esta es una mentira altruista, una mentira de solidaridad. Es posible que más tarde John le dé un sermón a Robert sobre la importancia de decir la verdad; pero por el momento predomina la solidaridad fraterna.
  3. Christine se jacta ante sus amigos de su popularidad entre los chicos, una popularidad que nunca disfrutó. Miente, se jacta y fanfarronea para no parecer inferior a los demás.
  4. Charles es un miembro dedicado de un equipo atlético, que gana un partido decisivo en una jugada dudosa. Charles es muy consciente de que el veredicto emitido es muy discutible. Pero afirma que todo fue normal, que no hay ningún problema. Charles miente para defender los intereses del grupo al que pertenece, como lo haría para defender los intereses de su familia o de su país.
  5. Pierre es tímido. Decir todo lo que pensaba lo haría vulnerable. No quiere aparecer como es ante sus amigos. No tiene la convicción de sus mejores intenciones ni el coraje de admitir su debilidad y miente para ocultar lo que es. Se jacta de una buena fortuna que nunca ha tenido y niega sus fracasos.
  6. Raymond cree que nunca conseguirá el dinero que quiere para ir al cine. Por eso dice que lo necesita para unirse a una organización bien considerada por sus padres o para suscribirse a una revista que, según él, es indispensable para sus estudios.

Estos son los tipos de mentiras más frecuentes. La experiencia nos muestra, sin embargo, que el mentiroso habitual puede operar en una amplia variedad de condiciones y mentir por todo tipo de motivos, por lo que es imposible establecer una clasificación absoluta de las mentiras.

Se puede juzgar al niño por la frecuencia, la importancia y los motivos de mentir más que por sus otros defectos como la desobediencia, la ira y el orgullo. Mentir también sirve como base para juzgar el valor educativo de los padres. Parecería haber un paralelo directo entre las mentiras de los jóvenes y la mala fe de los adultos, las mentiras del niño y la mala fe de los padres.

No se deben subestimar las mentiras de los adultos a los niños. La mentira del adulto, por sutil que sea, a menudo conduce inevitablemente a la mentira del niño. La astucia del adulto para engañar es una lección de pericia para el niño. Cuando los padres son sorprendidos mintiendo, es poco lo que pueden decir cuando sus hijos mienten.

Es cierto que cuando un padre hace trampa en sus negocios y se jacta abiertamente de ello ante sus hijos, tendrá grandes dificultades para lograr que sean perfectamente sinceros o se sientan culpables de su propia deslealtad. Hace algunos años traté a un chico de 17 años. Sus padres me lo habían recomendado debido a sus constantes mentiras. El niño me dijo que trabajaba con su padre.

"¿Qué hace tu padre?"

"Él vende autos".

“¿Cómo lo ayudas?”

“Yo renuevo los autos”.

Le pregunté cómo hizo esto. Luego me dijo que hizo retroceder el velocímetro, usó un gas especial de alta potencia y cosas por el estilo. Sin embargo, su padre, que le hizo hacer este trabajo, se disgustó mucho cuando su hijo le mintió.

Una madre me trajo a su hija para que la consultara porque mentía constantemente, inventando historias muy imaginativas para explicar sus tardanzas y ausencias en la escuela. Cuando hablé con ella, la niña me dijo que su madre estaba engañando a su padre y a menudo le pedía que inventara coartadas. La niña se quejaba con su madre pero ésta la desanimaba diciéndole: “Verás cómo es cuando tengas mi edad y hayas vivido un poco”.

Recientemente traté a un niño adoptado. Todos sus problemas surgieron de una situación que sospechaba pero de la que sus padres nunca habían hablado. Le habían dicho que era su hijo natural e hicieron todo lo posible para hacérselo creer. Pero dudaba que ese fuera el caso. Cuando hablé con él tuve la impresión de que sabía exactamente quién era. Se lo dije a sus padres. En mi presencia interrogaron al niño, quien respondió: “Lo sé desde hace mucho tiempo”. Los padres enojados exclamaron: “¡Qué! ¡Pequeño mentiroso! ¡Sabías que no te estábamos diciendo la verdad y no nos lo dijiste!"

El límite de la obligación hacia la verdad suele ser difícil de especificar en las relaciones entre padres e hijos (que son bilaterales más que unilaterales). La obligación de decir toda la verdad pronto resulta en una violación de la conciencia del niño y conduce a esa forma de mentira cuya intención principal es preservar la propia persona y su intimidad.

Los padres que actúan como inquisidores casi necesariamente hacen que sus hijos disimulen, porque sólo a este precio pueden ser ellos mismos.

Hay otra actitud que anima a los niños a mentir. Consiste en sospechar sistemáticamente que mienten. “¿Por qué debería decir la verdad, si no importa lo que diga nadie me cree?” Me preguntó recientemente un chico de 16 años. Su madre siempre dudaba de todo lo que decía y lo interrogaba incluso en cosas sin importancia. Trataba la verdad y la falsedad de la misma manera.

En muchos casos, la relación entre padres e hijos existe únicamente en el plano de acusación y defensa. Estas familias son como tribunales de policía. Cuando el niño sabe que inevitablemente será acusado y condenado, que la confesión de sus errores y pecadillos traerá automáticamente el castigo, se refugiará en la mentira. A menudo sorprendido en sus intentos de ocultar o falsificar la verdad, dará lugar a nuevas sanciones, y así continúa el círculo infernal.

Mi padre era el mejor y el menos curioso de los padres. Respetaba la autonomía de sus hijos y nunca hacía preguntas indiscretas. Pero si oía a uno de sus hijos llegar a casa a altas horas de la noche, no podía evitar preguntar: “¿Qué hora es?” Esta pregunta siempre me molestó aunque en realidad mi padre quería saber cuánto tiempo le quedaba para dormir en lugar de controlar las actividades nocturnas de sus hijos. Al final dejé de darle una respuesta precisa y le decía: “Son las menos cuarto” o “Es la hora y media”. Mi padre se tranquilizó con esa respuesta y volvió a dormir. Al día siguiente él sería el primero en reír.

Muchos padres se resisten a conceder a sus hijos el derecho a no decirlo todo y no comprenden la necesidad de respetar su privacidad. Hay una manera de no decir todo que salvaguarda perfectamente el derecho de los padres a la verdad. Hay una jerarquía entre las verdades que hay que decir y las que es posible no decir. Deberíamos inculcarle al niño que es deshonesto al ocultar algunas cosas aunque las exigencias de la lealtad no le obliguen a decir otras. Mis hijos no me muestran sus notas escolares todas las semanas pero cada vez que uno de ellos ha tenido mala nota me lo ha dicho voluntariamente.

Mi experiencia como psiquiatra, que comenzó hace más de 25 años, incluyó la ocupación alemana de Francia. Durante esa época, los niños que no podían distinguir entre la autoridad legal y la verdad ciertamente veían distorsionado su sentido moral emergente. ¡Qué familia no escuchó la radio prohibida en inglés! Pero esto nunca podría admitirse. ¿Qué familia no podría jactarse de haber obtenido alimentos sin cupones de racionamiento? Los más escrupulosos con el dinero porque abiertamente laxos con ese otro dinero conocido como libretas de racionamiento. Los niños no podían distinguir entre estas dos monedas. Recuerdo haber visto, en la víspera de Navidad de 1944, a mi pequeña admirando una preciosa muñeca en el escaparate de una tienda. Agarró a su madre por las mangas del abrigo y le dijo: “Ve a buscar algo de dinero y unos cupones”.

Es importante sopesar el clima en el que se establece la comunicación entre el mentiroso y el engañado. Con bastante frecuencia, la mentira se debe directamente a la mala calidad de este clima. Antes de acusar a nuestros hijos de mentirosos perpetuos deberíamos examinar nuestra conciencia y preguntarnos si hemos creado o no un clima en el que la verdad es posible. En algunos climas la verdad es natural; en otros, la verdad es imposible.

A. González: La lógica y la psicología


"Si la lógica es algo independiente de la ontología, se podría pensar que de lo que en realidad depende es de la psicología. Para muchos pensadores del siglo XIX, influenciados en buena parte por el desarrollo de la psicología como ciencia, ésta habría de convertirse en algo así como el saber primero, el fundamento de todos los saberes. Si todos los saberes son algo que se da en la conciencia del hombre y la psicología estudia esta conciencia, en cierto modo se puede decir que la psicología funda todas las demás ciencias. En concreto, la lógica, por ser la disciplina que estudia los razonamientos humanos, es decir, algo que se da en la conciencia del hombre, sería una rama de la psicología. Para estos psicologistas “la lógica es una disciplina psicológica, puesto que el conocer sólo se da en la psique y en el pensar que en ella se realiza es un hecho psicológico” (Lipps). 

La postura psicologista tiene el valor de recordar el origen de toda ley lógica en la inteligencia del hombre. La tentación de muchos lógicos modernos ha sido, frente al psicologismo, la de convertir a las leyes lógicas en algo así como ideas celestiales independientes no sólo de la realidad, sino también de la cabeza de los hombres. Y, en realidad, no es así. La lógica estudia algo que sucede en la psique del hombre, y no en un mundo de ideas eternas. Por eso, el origen de las leyes lógicas es algo que puede estudiarse desde el punto de vista de la psicología o incluso desde la fisiología del cerebro humano: las leyes de la lógica han de tener su asiento en determinadas estructuras cerebrales del hombre. Si es idealismo identificar la lógica con la ontología, también es una forma nueva de idealismo el querer convertir las leyes lógicas en leyes ideales, que existirían con independencia de los hombres de carne y hueso que las piensan. El psicologismo puede servir para recordarnos que las leyes de la lógica no son independientes de nuestra actividad intelectiva. 

Ahora bien, el que las leyes sean leyes del pensamiento humano no quita que puedan ser estudiadas con independencia de la psicología o de la fisiología. La psicología nos puede mostrar el modo de pensar de este o aquél otro sujeto, y también cómo su pensamiento puede estar afectado por su realidad psicológica concreta: sus traumas, racionalizaciones, etc. Del mismo modo, la fisiología del cerebro puede demostrar la dependencia del pensamiento lógico respecto a determinadas estructuras cerebrales. Esto, repetimos, es importante y conviene no olvidarlo. Pero lo que sucede es que, además de los estudios psicológicos o fisiológicos, puede haber otros tipos de estudios del pensamiento. La lógica estudia el pensamiento humano, no desde el punto de vista de la ciencia empírica (psicología o fisiología), sino desde el punto de vista meramente formal. Es decir, el pensamiento no se estudia como propiedad de éste o aquél hombre, sino como un conjunto de leyes comunes a todo ser capaz de pensar lógicamente. 

Así, por ejemplo, el hecho de que si A implica B, B implica C, entonces A implica C, es algo que puede ser analizado prescindiendo de que sea algo que sucede en la mente del hombre o en su cerebro. Sucede lo mismo con las leyes de la gramática o de la matemática. El matemático puede estudiar que 2+2=4 prescindiendo de la psicología y de la fisiología, como también el lingüista puede estudiar la estructura de una oración sin tener en cuenta que esa oración es un hecho mental y cerebral. Es decir, el pensamiento humano, aunque no sea en sí mismo algo independiente de las estructuras mentales y cerebrales de los hombres concretos, se puede estudiar de un modo formal, prescindiendo de esas estructuras. No avanzaríamos nada en matemática ni en lingüística si tuviésemos que estar a cada paso recordando que se trata de realidades creadas por el hombre y no de ideas celestiales. Aunque la lógica trate de pensamientos que tienen un origen psicológico y fisiológico, es una disciplina independiente de la psicología por el simple hecho de que el pensamiento humano puede ser analizado de un modo puramente formal, atendiendo a las leyes comunes a toda inteligencia, prescindiendo, aunque sea provisionalmente, de que todo razonamiento puede ser también estudiado desde otros puntos de vista." (pp. 111-112)

González. A. (1989). Introducción a la práctica de la filosofía. El Salvador: UCA Editores.

Matrimonio: Crisis, adaptación y fidelidad


"El amor verdadero nace poco a poco, crece pausadamente y a golpes de crisis a lo largo del camino recorrido a la par. El matrimonio no es un certificado de amor, sino el compromiso de amarse, el intento perennemente renovado de un ser imperfecto, débil y limitado por adaptarse a otro al que también descubre imperfecto, débil y limitado. Las bodas no son el puerto de atraque del amor, sino el de partida, el ingreso en la "escuela del amor"(...). 

El amor nace y se nutre en el paso monótono y grisáceo de los días, de las desilusiones más que de las ilusiones, de la caída de los mitos que el enamoramiento había erigido, de la demolición dolorosa y prolongada de los egoísmos personales, de las tentaciones vencidas, de los perdones recíprocos, del ritmo y declive de la sexualidad, de las ansias, gozos y dolores de dos existencias que tratan de fundirse sin confundirse, ni anularse. Dos vidas, dos personalidades en continuo movimiento, en constante variación en virtud del avance de la edad, de las experiencias acumuladas, de los avatares laborales, de las enfermedades, de las nuevas relaciones de paternidad y maternidad. (...)

Amar es por tanto, adaptarse: la adaptación incesante de dos seres. El matrimonio consiste en un viaje conjunto, en el que cada etapa es diferente a la anterior, de tal forma que la unión ha de renovarse, renacer a cada instante. No, no se ama de una vez y para siempre: se comienza a amar cada día. El nacimiento de los hijos, por ejemplo, crea una situación nueva, transforma el núcleo del amor agregándole las relaciones de maternidad y paternidad. El amor de los novios no es igual que el de los recién casados, y este debe dar paso poco a poco a otro género de amor, más maduro y sólido. En definitiva, la fidelidad no es rigidez, ni la continua remisión a un estado inicial de enamoramiento entusiasta, y fuertemente emotivo, más o menos realista o imaginario. No, la fidelidad consiste en esa renovación incesante, en esa adecuación incansable, enjundia de una vida en común. Por este motivo los esposos tipo "eternos novios" resultan ridículos, auténticos enanos o subdesarrollados en el amor. O el amor se inventa cada día, o se incinera en ritos sin ningún significado" (Torelló, 2008, pp. 211-212).

Bibliografía

Torelló, J. (2008). Psicología y vida espiritual. Madrid: Rialp. 

Diferentes tipos de matrimonio infeliz


"La obra de Fritz Künkel es ejemplar. Habla de diferentes formas de matrimonio infeliz: 
  • La de las "comunidades aparentes" donde la felicidad de una y otra parte se hacen consistir en la confirmación del propio egotismo que un cónyuge recibe del otro. 
  • La del "matrimonio tiránico" donde uno de los cónyuges es activo y el otro un pasivo que se satisfacen recíprocamente. 
  • La de los "artistas" cuyo tratado de amor se resume en la frase "yo te amo porque crees en mí, porque necesito que alguien me demuestre incesantemente con su fe cuánto valgo".
  • Aquella en que la infelicidad siempre se considera culpa del otro, o bien del "destino" o de las circunstancias, por lo que nada puede hacerse para resolver la tensión permanentemente, lo cual impele una y otra vez a la decisión de separarse; sin embargo, cuando el vínculo está a punto de romperse se reconcilian para comenzar de nuevo a atormentarse, como si estuvieran atados a una cinta de goma... 
Pues bien, Künkel demuestra que todas estas formas de parejas infelices se deben al egocentrismo de los cónyuges, los cuales entreviendo que la solución está en el propio entregamiento, no se deciden. Lo que toda persona querría esquivar -concluye Künkel- es el proceso de liquidación que exige el matrimonio, porque intuye la alternativa que presagia tal liquidación: o renunciar al propio yo, o sufrir y más sufrir" (Torelló, 2008, p. 220).

Bibliografía

Torelló, J. (2008). Psicología y vida espiritual. Madrid: Rialp. 

Boss y Knoepfl: La curación de la neurosis

"La angustia neurótica es la angustia de la angustia, el "miedo al miedo"; es decir, la angustia anticipada, la angustia que quiere evitar el riesgo inherente a toda vida humana. "Quien quiera salvar la vida, la perderá", dijo Jesucristo. 

La angustia es el núcleo psicosomático de la neurosis, y el error acerca del significado de la vida constituye su núcleo espiritual. Las tres neurosis tienen en común ser expresiones del egocentrismo y, por tanto intentan situar al hombre fuera de su condición existencial de viator [viajero]. La vida pierde entonces su significado que siempre es alocéntrico -el Servir, el Conocer, el Amor-, y la angustia y el miedo desencadenan una serie de "expedientes" que facilitar y justifican la fuga de la vida real. En este sentido cabe decir que todo neurótico es un rebelde frente a su propia tarea vital, un fugitivo que busca excusa en el propio padecimiento y justificación en el propio pesimismo. 

Dedicarse a aliviar sufrimientos neuróticos, a curar síntomas y episodios neuróticos, no sólo no cura, sino que incluso puede reforzar la caracterología neurótica: exacerbación del egocentrismo, regreso a actitudes infantiles viciadas. etc., etc. Hay que ir al problema central y después entrenar al hombre en una vida auténtica. Distraerse, descansar en el campo, reconstituyentes, sedativos, electroshocks...: todos resultan paliativos simplistas, y por lo menos insuficientes, si en ellos quiere basarse una terapia: solo son elementos coadyuvantes de ésta" (pp. 59-60, Baptista, 2008). 


Torelló, J. (2008). Psicología y vida espiritual. Madrid: RIALP.

Kaplan y Sadock: Diferencia entre duelo y melancolía


"En 1917 Freud ofreció una diferenciación ya clásica entre el duelo normal (aflicción) y las reacciones anormales a la pérdida (melancolía). En su definición de duelo estaba implícito el reconocimiento de que se trata de una reacción que es el resultado no solo de la muerte de una persona amada sino que también puede surgir por pérdidas menos obvias, incluso como la de una abstracción ideal que ha asumido el lugar de una persona querida. Obviamente, Freud se refería a  la idea de pérdida per se, aunque manteniéndola todavía en un contexto interpersonal.

Freud caracterizó los rasgos distintivos del duelo de la siguiente forma: profunda decepción, falta de interés por el mundo exterior, disminuida capacidad para amar, inhibición de la actividad, conductas que son consideradas normales a pesar de su diferenciación con respecto a las actitudes normales. Sin embargo, la melancolía supone estos rasgos y otros más, a saber, la disminución de la autoestima considerada válida en la actualidad; es decir, una pérdida exagerada de la autoestima no es un aspecto notable del duelo normal por profunda que sea la decepción y la sensación de pérdida."


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Referencia bibliográfica:

Kaplan, H. y Sadock, B. (1991). Compendio de psiquiatría. (2a. ed.). México: Salvat Editores.

Kaplan y Sadock: Rasgos comunes de las parafilias


Rasgos comunes de las parafilias (Kaplan y Sadock, 1991, p. 462). 
(Click en la imagen para agrandar.)


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Referencia bibliográfica

Kaplan, H. y Sadock, B. (1991). Compendio de psiquiatría. (2a. ed.). México: Salvat Editores.

L. Bellak: Los psicofármacos ayudan al terapeuta como la anestesia al cirujano


"Mí punto de vista de los psicofármacos como forma de intervención es que le ayudan al terapeuta en la forma que la anestesia auxilia al cirujano: le proveen el campo terapéutico en el cual trabajar. En terapia, con frecuencia son parte de las condiciones facilitadoras que hacen posible controlar suficientemente la ansiedad, los procesos de pensamiento perturbados o la depresión; para hacer posible que el paciente permanezca en la comunidad y continúe la psicoterapia, lo que de otra forma podría ser extremadamente difícil o imposible. La ansiedad de aproximación con frecuencia le impedirá al paciente enfrentar ciertos insights. En tales casos, los fármacos ansiolíticos son útiles para disminuir la ansiedad, al menos lo suficiente para que el paciente desee enfrentarse a sus problemas dentro de la terapia. En paciente con trastornos del pensamiento, las fenotiacinas pueden facilitar en gran medida la interacción a corto plazo o ayudar a controlar los impulsos que, de otra manera, serían demasiado desorganizantes. La proposición principal concerniente a la utilidad de los fármacos en conexión con la psicoterapia es que se utilizan los suficientes para facilitar la terapia pero no tanto que interfieran con la motivación para un trabajo terapéutico posterior, o que nuble los procesos cognoscitivos al punto que sea imposible que el paciente participe en el proceso psicoterapéutico (Bellak, 1993, p. 39)."


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Referencia bibliográfica

Bellak, L. (1993). Manual de psicoterapia breve, intensiva y de urgencia. México: Manual Moderno.

Paul A. Dewald: Sentirse escuchado es algo único


"El terapeuta ofrece una situación en que el enfermo puede hablar libremente a otra persona y estar seguro de su interés, atención y afecto, sin pedirle que le devuelva el favor. De este modo, el terapeuta le ofrece una experiencia única que, por sí misma, puede tener gran importancia y valor.

La mayor parte de las relaciones no terapéuticas se basan en el dar y tomar, esperando que cada participante se interese por la salud y los problemas del otro, y no se le permita acaparar la atención durante mucho rato. Sin embargo, la situación terapéutica es distinta por mutuo acuerdo, establecido en el contrato terapéutico; la mayor área de interés (si no exclusiva) es el paciente y sus problemas y, aparte la cuestión financiera, el terapeuta no le pide nada más. El lujo de tener a alguien que escuche todo lo que diga y lo trate con atención, respeto e interés es, por sí mismo, un fenómeno único, y proporciona al paciente una satisfacción importante, que raramente le ofrecen otras relaciones humanas" (Dewald, 1972, pp. 196-197).

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Referencia bibliográfica

Dewald, P. (1972). Psicoterapia: Un enfoque dinámico. Barcelona: Toray.


M. Foucault: Freud descubrió el inconsciente como se descubre un texto



"No hay que olvidar que Freud descubrió el inconsciente como se descubre una cosa, o si se me permite, como se descubre un texto. Sabemos bien -y las interpretaciones que el doctor Lacan hace de Freud son incuestionables- sabemos que el inconsciente freudiano posee una estructura de lenguaje. Pero eso no quiere decir que el inconsciente sea un lenguaje vacío o virtual. El inconsciente es una palabra, no es un idioma. No es el sistema que permite hablar, es lo que efectivamente fue escrito, palabras que fueron depositadas en la existencia del hombre, o en la psiquis del hombre, que se descubre literalmente cuando se practica esta operación misteriosa que es el psicoanálisis. Descubrimos un texto escrito, es decir que descubrimos, en primer término, que hay signos depositados. En segundo término, que estos signos quieren decir algo, que no son signos absurdos y, tercero, descubrimos qué quieren decir."

Michel Foucault, entrevista con Alain Badiou.

J. Chazaud: Lo normal es la genitalidad heterosexual

"Cuando la perversión no se manifiesta al lado de la vida sexual normal (fin y objeto), en cuanto las condiciones son favorables a una y desfavorables a otra, y más bien la perversión descarta en cualquier caso la vida normal y llega a reemplazarla; sólo en este caso cuando se da exclusividad y fijación, está justificado, en general, considerar la perversión como un síntoma mórbido.

Lo normal es la subordinación de todas las excitaciones sexuales a la primacía de las zonas genitales, lo mismo que la de los placeres parciales al orgasmo heterosexual" (Chazaud, 1976, p. 22).


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Referencia bibliográfica

Chazaud, J. (1976). Las perversiones sexuales. Barcelona: Herder. 

G. Rivelis: Sobre la noción de narcisismo de las pequeñas diferencias

"En El malestar en la cultura, Freud introduce la noción de narcisismo de las pequeñas diferencias para designar, por ejemplo, la tendencia agresiva que un pueblo tiene con otro vecino. La noción de narcisismo de las pequeñas diferencias se refiere a que las personas frecuentemente nos enfrentamos por contrastes que nos hacen olvidar la semejanza fundamental que tenemos en tanto seres humanos. Estas diferencias pueden ser de religión, étnicas, de color de piel, de clase social, de nivel educativo o económico, de nacionalidad, de lugar en el que se vive (provincia, ciudad, barrio), anatómicas (incluida la diferencia de sexos), de preferencias (por ejemplo, equipo de fútbol). Este narcisismo de las pequeñas diferencias conduce habitualmente a actitudes violentas, a peleas, a guerras, a discriminación. 

Es necesario entender que lo que conduce a la violencia no es la diferencia sino el narcisismo ligado a las pequeñas diferencias."


Referencia bibliográfica

Guillermo Rivelis. Freud. Una aproximación a la formación profesional y la práctica docentes.

P. Dewald: Desarrollo psicosexual en la personalidad normal ideal

"Durante el desarrollo psicosexual de la personalidad normal ideal se tendrá una maduración progresiva de drives de manera que el objeto de éstos vendrá dado en forma de satisfacciones instintivas apropiadas a la edad. Aunque hay varios puntos de fijación en el desarrollo psicosexual, tanto para las energías sexuales del drive como para las agresivas, la mayor parte de estas energías se encontrará a nivel de lo genital y de la plena heterosexualidad, estado que se alcanza sólo después del desarrollo psicológico de la adolescencia. Habrá algunas relaciones pregenitales y energías del drive continuadas, pero serán menos importantes en el conjunto de la economía del drive, se darán especialmente en la preparación sexual más que en el placer final y serán también la base de sublimaciones. En este estado ideal tendrá tal carácter el efecto de las fuerzas del superego y del ego en los drives, que la descarga derivada del drive será efectiva y gratificante, pero se producirá del entramado del principio de la realidad."


Referencia bibliográfica

Dewald, P. (1973). Psicoterapia: un enfoque dinámico. Barcelona: Toray.

H. K. Knoepfel: Esencia de la psicoterapia

(Oficina de Carl Gustav Jung.)

"La psicoterapia pertenece a la esfera del tratamiento médico, aun si en parte es practicada por quienes no son médicos. Una dolencia psíquica ha de ser aliviada mediante medidas psíquicas. El tratamiento ocurre a través del contacto interhumano, por lo cual Bally ha hablado de una “ayuda dialogística en el sufrimiento”. Para el médico con mentalidad científico-natural la psicoterapia es el tratamiento de la psique enferma del paciente con el auxilio de la psique sana del médico. Pero ocurre que ya no podemos creer en la psique como órgano anímico, o sea que la psicoterapia carece tanto de objeto de tratamiento como de instrumento, y, a pesar de ello, la psicoterapia es capaz de ayudar y está en pleno desarrollo. Pero si recordamos que es propio del hombre el entenderse a sí mismo y que le corresponde la tarea de desarrollarse, de asumir libre y responsablemente sus posibilidades, la psicoterapia se nos presenta como algo muy sencillo. El médico debe ayudar al paciente a encontrar una más fecunda relación consigo mismo y a asumir en una mayor medida las posibilidades vitales aún no vividas. Como el hombre se encuentra desde siempre en una conexión inmediata con el mundo circundante, todo desarrollo de su personalidad debe automáticamente dar lugar a consecuencias en el mundo exterior de acuerdo con la frase: “ser ahí” es “ser con”. Es, pues, suficiente que médico y paciente se dediquen a la maduración de la personalidad sin preocuparse excesivamente por el mundo exterior, los así llamados saneamientos del medio ambiente, en principio sólo son necesarios en el caso de existir una situación tan difícil que todo progreso interior resultaría inmediatamente sofocado por el medio ambiente patógeno o cuando el grado de maduración de la personalidad es tan reducido que no puede hacer frente a un medio ambiente normal, así como sería absurdo exigirle a un niño pequeño que se alimentara en un establecimiento de autoservicio. Medidas externas en el sentido del “procurar por” de Heidegger, que liberan al paciente de su obligación, sólo constituyen un mal necesario, sin el cual empero muchas veces no puede comenzarse el tratamiento. Como ejemplo práctico quisiera mencionar que, por regla general, no sirve de mucho presentarle un hombre a una muchacha que no encuentra marido debido a sus inhibiciones. Su actitud defensiva frente a los hombres saboteará también esta intervención bien intencionada o bien tratará de superar a la fuerza sus inhibiciones y se lanzará irreflexivamente a una relación quizá muy desgraciada. Esta sencilla experiencia nos obliga a una revisión de nuestro pensamiento. Solemos creer que una joven no encuentra compañero porque por una fatalidad perversa no ha conocido a ningún hombre, como si nunca en su vida habría encontrado a un hombre a quien gustó y por quien podría sentir simpatía. Esto puede ser cierto para unos pocos casos excepcionales, para niños que se han criado en el desierto o para la hija casadera de un investigador que vive en el ártico. Pero por lo general, la situación es a la inversa de lo que se cree. Una joven no encuentra compañero porque actúa del tal modo que un matrimonio parece poco probable, porque se retrae, se encierra en sí misma o quizá por causa de su propia inseguridad formula exigencias exageradas. Si la psicoterapia tiene éxito, la paciente experimenta su actitud de rechazo frente al matrimonio, cambia su comportamiento y sorprendentemente aparece tarde o temprano un amigo, al principio quizá en una relación imposible. Así la muchacha quizá sólo se enamore al principio de hombres casados inalcanzables, hasta que por fin se atreve a aproximarse a un hombre accesible. También podemos comprobar algo parecido en el caso de personas que una y otra vez tienen mala suerte en la busca de empleo. Recuerdo a un hombre altamente calificado quien, por ser miembro de una minoría religiosa, estaba convencido de que no podía obtener un buen empleo por culpa de sus convicciones religiosas. Cada vez que se presentaba ocurría que, a raíz de una entrevista personal, no lo aceptaran. A través del análisis pudo comprobarse que en tales entrevistas esperaba siempre con temor y ansiedad la pregunta concerniente a la religión, se ocupa del tema en forma evasiva y así naturalmente debía darle al jefe de personal que lo examinaba una impresión de inseguridad y falta de sinceridad razón por la cual le rehusaban el empleo. Después de que este paciente había llegado al punto de poder adoptar una actitud tranquila y natural frente a su religión, no volvió a sufrir discriminación alguna por su causa y encontró poco más tarde un puesto mejor. La psicoterapia se propone, pues, modificar, desarrollar al hombre y confía en que este hombre maduro pueda él mismo percibir sus oportunidades en el mundo existente. La psicoterapia no se propone mejorar el mundo, porque considera que tiene muchas menos perspectivas de lograrlo que de fomentar el desarrollo del hombre tomado individualmente. Por ello el psicoterapeuta se siente generalmente aliviado cuando descubre un comportamiento equivocado por parte del paciente ya que esto lo puede modificar el paciente mismo. La mayoría de las personas prefieren sentirse inocentes de su propia desgracia, buscan muchas excusas, se valen de todos los razonamientos posibles y con ello no hacen sino perder la posibilidad de evitar mediante un cambio de actitud nuevas desgracias. Al final cuando acaban de convencerse de que no son de ningún modo responsables de la propia desgracia, sólo les queda por recorrer el camino poco promisorio de una transformación del mundo exterior que suele terminar en la resignación.

La finalidad del tratamiento psicoterápico no es el restablecimiento del estado premorboso, la restitutio ad integro. La finalidad del tratamiento es la maduración individual y única que posibilite una libre y responsable aceptación de las propias posibilidades vitales, es decir, que tampoco se trata de la adecuación a una sociedad determinada y sus convenciones acerca de lo que ha de considerarse normal y sano. Lo ideal sería que el psicoterapeuta se dejara guiar únicamente por el desarrollo natural de las posibilidades vitales sin ninguna suposición ni representación previa de lo que le conviene al paciente. Pero como ya lo hemos señalado, el terapeuta se halla implicado con toda su personalidad y por ello también con su manera de concebir la naturaleza y misión del hombre. Al terapeuta sólo le queda la alternativa de imaginarse que es desprejuiciado o bien de tratar una y otra vez de ver sus propios prejuicios. La concepción analíticoexistencial del hombre también podría convertirse fácilmente en una visión prejuiciada del pensamiento, si por ejemplo supusiéramos que hemos encontrado definitivamente la única comprensión satisfactoria del hombre y que ya no debemos tomar en serio las críticas. También tropezaríamos con grandes dificultades si, por ejemplo, no quisiéramos reconocer que entre las libertades humanas se encuentra precisamente también la posibilidad de malograrse, que puede haber seres humanos para quienes puede tener sentido el no desarrollarse, no madurar, quedar atrapados en una culpa cada vez mayor. Es cierto que con tales pacientes no se puede realizar psicoterapia en la situación actual, pero quizá este conocimiento pueda resultarnos útil para el tratamiento de los delincuentes crónicos y nos llevara a renunciar a los intentos de tratamiento repetidos una y otra vez con auténtico idealismo, aun en el caso de quienes han reincidido más de una vez, y que muy pocas veces tienen éxito y concentrar tanto las fuerzas como el entusiasmo del personal en metas más promisorias. 

A la maduración única, individual -que Jung llama individuación- corresponde también la vivencia de la enfermedad como un suceso que entraña un sentido, a menudo como advertencia saludable, como sufrimiento que nos conviene y nunca como mera perturbación poco grata en el funcionamiento del mecanismo biológico. De este modo, una depresión se convierte en la señal de una existencia demasiado estrecha que debería asumir nuevas posibilidades. Los sentimientos de inferioridad señalan que una persona vive en un nivel inferior al que podría ocupar y los sentimientos de culpa se ven ante todo como culpa frente a sí mismo, como señal de que se ha descuidado el desarrollo íntimo. Pero, al mismo tiempo, uno se debe a sí mismo el asumir sus posibilidades vitales altruistas. Nada se halla ma´s alejado de nuestra concepción que la idea de que la tarea del autodesarrollo se propone conjurar un egoísmo ilimitado, ya que en semejante egoísmo se pierden todas las posibilidades del contacto interhumano de amor y amistad, y así el egoísta consecuentemente sólo puede enfrentarse a su prójimo como rival en la adquisición de los bienes del mundo, es decir bajo una forma humanamente muy limitada. Como la limitación significa a menudo un aumento de la eficiencia -sólo quisiera volver a recordarles los éxitos obtenidos gracias a la limitación mental de las ciencias naturales- un egoísta consecuente puede tener más éxito en la adquisición de los bienes terrenales que un hombre menos orientado hacia la adquisición y, sin embargo, visto en conjunto, habrán de faltarle cosas fundamentales en su vida. 

Pero la concepción analiticoexistencial acerca de la naturaleza y misión del hombre tampoco debe ser reducida a una rígida filosofía del deber. Este peligro existe particularmente entre quienes suelen orientar su vida en el sentido de la eficiencia, del deber y de la obligación. Si se piensa en la muerte, en el deber de desarrollarse y madurar, en la posibilidad de adelantar gracias al sufrimiento y haciendo frente al miedo, se corre un serio peligro de no verle más que el lado triste a la vida, de sentirse obligado a un constante enfrentamiento penoso, a una seriedad carente de alegría y a un suportar incansablemente el peso de las más abrumadoras cargas psíquicas. De este modo se descuidan las posibilidades vitales más luminosas alegres, divertidas, se reduce la libertad y en lugar de un trabajo alegre, relajado tales personas sólo pueden trabajar de una manera penosa, pero nunca con facilidad caprichosa. Y desde hace tiempo sabemos, a través del estudio de Bally sobre el juego en el animal y en el hombre, que éste representa un paso previo necesario e indispensable a todo trabajo, más aún que debe considerarse como "elemento vital de la creación espiritual". Una persona que trabaja en forma penosa semeja a aquel que exige de sí mismo el saber conducir un coche sin permitirse el lujo de tomar las lecciones correspondientes. Quizá aprenda a conducir pero, por cierto, no aprenderá nunca a conducir de manera grata y relajada. Por su puesto que existen aún infinitas posibilidades de estrechamiento del pensamiento analíticoexistencial. Puede dar lugar a tantas interpretaciones erróneas como el hombre mismo. 

Hay un tercer aspecto de la psicoterapia que debe ser señalado con mayor claridad, aunque en realidad ya está contenido en la idea de maduración y desarrollo. La psicoterapia no hace nada, no construye nada, no fabrica nada y en realidad tampoco aplica una técnica propiamente dicha. Un constructor traza un plano, abre las zanjas de cimentación, las llena de hormigón y alza un muro de ladrillo por ladrillo. Finalmente ha hecho, ha construido una casa, del mismo modo que un ingeniero construye un puente, por cierto que con el auxilio de muchos otros hombres, pero en todos los casos se produce algo. En primer lugar el hierro a partir del mineral bruto, el acero a partir del hierro, luego los pilares a partir del acero y el puente con los pilares. A este homo faber se le enfrenta, también en la vida diaria, otra manera de realizar algo. Un jardinero nunca hace una planta, sólo crea las condiciones en las que puede desarrollarse. Ningún guardabosques ha producido jamás un árbol ni cazador alguno fabricado un ciervo, y ninguna madre ha producido un niño en el sentido de una realización técnica consciente de acciones sistemáticas. Tanto el jardinero como el guardabosques y la madre "sólo" han cuidado algo con dedicación y amparándolo le han dado una posibilidad de desarrollarse por su cuenta. ¿No es acaso típico de nuestro tiempo que en este caso se nos ocurra automáticamente la palabra "sólo" que por esta razón también debe figurar entre comillas? ¿Por qué decimos "sólo cuando se trata de cuidar o atender a algo frente a actividades tales como producir, fabricar, construir? ¿Acaso  no se podría decir de la misma manera que alguien sólo ha construido puente o casas, pero en cambio, ha dejado todo el cuidado de los niños a cargo de su mujer? Quisiera, pues, contraponer al homo faber el homo cultor, pero quisiera destacar que pueden existir además muchos otros tipos de actividades humanas. En nuestro mundo el homo faber ha llegado a ocupar un primer plano, lo que tiene muchas ventajas, entre otras, el que en invierto funcione nuestra calefacción central. Pagamos esto con enfermedades producidas por exceso de trabajo, como lo es la enfermedad de los empresarios, numerosos males espásticos y cosas por el estilo. Max Frisch nos describe de manera sobrecogedora al homo faber que ni siquiera piensa en preguntrale quién es a su joven amada y sin sospecharlo en lo más remoto destruye a su hija desconocida en una relación amorosa. Tan ciego y sordo puede volverse el hombre que se halla por completo apresado por la eficiencia, por el producir y fabricar. 

La psicoterapia se dedica a cuidar pero no hace nada. El hecho de que a los hombres modernos el producir, el fabricar y construir les resulte más familiar, más eficaz y más oportuno que el dispensar cuidados significa una gran dificultad para llegar a ser psicoterapeuta, dificultad que ante todo también debe enfrentar el médico práctico que se propone realizar psicoterapia en pequeña escala. Y cuando escribo "realizar" ya corro yo mismo el peligro de "hacer" psicoterapia. Es cierto que todo médico sabe que medicus curat, natura sanat, que no es él quien devuelve la salud sino que sólo establece una situación que favorece el restablecimiento. Hasta en el caso del cirujano que suelda una fractura de pierna, sólo restablece una solidez pasajera, artificial pero no la solidez natural, duradera del hueso. El hueso debe sanar él mismo. A pesar de esto todos los médicos se sienten incómodos si no toman alguna medida. Y hasta llegaron a enseñarnos que en ciertos casos se debía hacer algo a pesar de que en realidad nada podía hacerse -ut fieri aliquid- (era l amanera de circunscribir eufemísticamente esta situación, quizá debido a la sabia convicción de que el sentido o sin sentido de esta situación quedaría más disimulado en la formulación latina que si se lo expresaba en palabras del propio idioma). Debido a esta convicción tampoco las cajas de socorro contra la enfermedad tienen el menor reparo en realizar durante años tratamientos de neurosis completamente inútiles mediante diversos estimulantes, calcio y glucosa en forma intravenosa; pero si, como ocurre en psicoterapia, "sólo" se habla y no se hace nada, la misma caja comienza a mostrar reparos, porque teme no obtener por su dinero una retribución correspondiente bajo la forma de un "producto". Debemos recordar empero que nuestra medicina científico-natural y en muchos aspectos la técnica ha obtenido éxitos increíbles y sería ridículo poner en duda este hecho o atacar la medicina científica y técnica como lo hacen ciertos "outsiders". Lo mismo que en la discusión acerca del pensamiento científico-natural se trata meramente de delimitar la esfera de acción respectiva. Para la esfera psíquica y del contacto interhumano no ha de esperarse nada de la medicina científico-técnica, así como tampoco es posible curar una fractura mediante el método psicoanalítico. La fractura debe ser curada de manera médico-técnica, en cambio el por qué una persona sufre fracturas reiteradas y cómo podría evitárselo eventualmente corresponde a la esfera interhumana, en cuanto prescindimos de los casos poco frecuentes de una fragilidad patológica de los huesos. 

Pero el hecho es que nosotros los médicos -y sólo quisiera recordarles la materia de estudio de los semestres y exámenes preparatorios- recibimos una formación científico-natural unilateral. Únicamente la labor clínica y ante todo los años de práctica médica nos posibilitan una experiencia en el trato humano, pero es una experiencia irreflexiva, así como también el contacto con el enfermo es considerado como algo natural que se sobreentiende. Por causa de esta educación científico-natural nos sentimos como fracasados cuando no hacemos algo, cuando no realizamos una curación en sentido técnico. Nos falta el valor para la inacción terapéutica, porque hemos olvidado que precisamente esta actitud aparentemente pasiva de escuchar es extraordinariamente curativa. No podemos ya confiar en que el padecimiento psíquico mejore espóntáneamente si nos limitamos a escuchar en un silencio acogedor. Nos sentimos obligados a dar consejos, a tomar medidas externas o eventualmente -ut fieri aliquid- a prescribir algún medicamento inofensivo. Más aún, nuestros pacientes nos lo reclaman enérgicamente, pues no sólo los médicos sino ante todo los pacientes y las organizaciones sanitarias que los representan exigen un tratamiento científico-técnico. El saber popular actual considera que un buen tratamiento médico es aquel en el cual un diagnóstico seguro, racional lleva a un procedimiento técnico de eficacia comprobada, ya sea quirúrgico o medicamentoso. Para un buen diagnóstico y una técnica de tratamiento eficaz no se escatiman recursos y en los casos en que un médico desea actuar mediante la pasividad se considera que descuida a sus pacientes. Si un médico se resiste a recetar la inútil inyección estimulante en el caso de un neurótico, habrá otro que lo hará. Tal actitud está tan arraigada entre la generalidad de los pacientes que los médicos interesados en una psicoterapia se ven, en ocasiones, obligados a granjearse la confianza del paciente mediante inyecciones sugestivas para ir llevándolo luego cuidadosamente hacia una actitud más contemplativa. Sobre el psicoterapeuta que se dedica a escuchar pasivamente siempre se halla suspendida la espada de Damocles de que pudiera pasar por alto una enfermedad orgánica. El internista que perpetúa una neurosis con un diagnóstico exagerado y una pseudoterapia y eventualmente imposibilita su posterior tratamiento psicoterápico se siente menos propenso a sentirse culpable. Es seguro que en la actualidad es mucho menor el número de enfermedades corporales que pasan por alto por culpa del análisis que el de las neurosis que se fijan debido a exámenes clínicos y tratamientos somáticos exagerados, hecho al que apunta particularmente Balint. Balint exige que el examen clínico de los neuróticos, que puede fácilmente adoptar proporciones exageradas, sea restringido a una medida razonable, aun suponiendo que alguna vez se nos escape algún hallazgo corporal. Se trata sin duda alguna de hallar la medida justa. Hoy en día nos asusta ante todo el pasar por alto un hallazgo somático. ¿Acaso no deberías asustarnos de la misma manera no reconocer un padecimiento psíquico y no deberíamos esforzarnos más en hallar un término medio que nos aparte de ambos peligros?

La psicoterapia se lleva a cabo en el silencio acogedor, en la experiencia contemplativa, en la renuncia a una actividad técnica, en el ocio. Lo que cura al paciente es la posibilidad de expresarse, no el consejo del médico, si bien el médico gracias a su buen conocimiento de la población a menudo puede aconsejar con excelente sentido común. Podemos llegar a afirmar que actualmente la gente, para tener posibilidad de desahogarse, acepta en cambio un buen consejo. Quizá sea esta la causa por la cual infinidad de personas piden consejo que les han dado. Pedir consejo es hoy un medio para poder desahogarse y es esto lo que interesa y no el consejo. Más aún, el consejo por regla general no hace más que entorpecer el desarrollo natural. Pero en un mundo en el que siempre hay que hacer algo, un médico se siente estafador si, después de escuchar durante una hora a su paciente le dice "sólo" esto: "Reconozco que tiene usted muchas dificultades." Siente que debe hacer algo, aconsejar algo y olvida por completo que entonces se comporta a menudo como un niño impaciente que tira de una plantita porque no crece con la rapidez deseada. Por esta misma razón Frieda Fromm-Reichmann ya ha dicho hace años que lo principal para un psicoterapeuta era la capacidad de escuchar. Bally y Boss han vuelto a destacar esta advertencia. Pero no podemos escuchar si constamentemente nos sentimos obligados interiormente a emprender, a construir algo, a curar o, al menos a aconsejar. Aunque racionalmente estemos convencidos, por ejemplo después de haber leído estas consideraciones, de lo valioso que es el saber escuchar, esto sólo nos sirve de mucho para contrarrestar la sensación de incomodidad que nos asalta cuando a fin de cuentas no hemos hecho nada en concreto. Estas sensaciones se niegan rotundamente a aceptar el carácter racional de la letra impresa y en el momento menos esperado hemos dado un consejo o recetado una píldora. En la medicina corporal estamos, por lo general, a salvo cuando sabemos qué es lo que deberíamos hacer. PUede ser que lo podamos hacer nosotros mismos o bien conocemos  a alguien que lo hace por nosotros cuando la técnica terapéutica supera nuestra capacidad o nuestras posibilidades técnicas. Sabemos que el silencio acogedor y comprensivo representa la postura más adecuada y una y otra vez descubrimos que, sin pensarlo, nos comportamos de otra manera. Sólo cuando nosotros mismos, y preferentemente en nosotros mismos, hemos experimentado el efecto bienhechor del silencio comprensivo logramos comportarnos adecuadamente con respecto a una convicción hasta entonces meramente teórica. Con esto llegamos también a una primera sugerencia que subraya la conveniencia del propio psicoanálisis para todo psicoterapeuta. 

Con esto hemos confirmado la antigua experiencia de Freud de que sólo sirve la vivencia de contenido afectivo y que un reconocimiento meramente racional, por el contrario, sirve de tan poco como la distribución de "menús" a los hambrientos. Es necesario repetir una y otra vez este reconocimiento para lograr la comprensión de la psicoterapia. Sólo demos tener presentes que en la psicoterapia no vemos a la curación como restitutio ad integrum sino maduración, auto-desarrollo, y podemos afirmar: la vivencia de contenido afectivo lleva a la maduración. El silencio acogedor del médico  favorece esta experiencia. Pero si el médico sólo finge interés y, si bien calla, interiormente piensa en otra cosa, ya no sirve de nada pues no está participando. Y aún en el caso en que deba realizar un esfuerzo para sentir interés ya se pierde mucho. Pero aun si el médico puede escuchar de verdad y participar en silencio, esto dista mucho de ser una garantía de que también el pciente se viva a sí mismo de manera afectiva, es decir que madure o se desarrolle. Por el contrario, la mayoría de los pacientes no son aún capaces de comprender la participación silenciosa del médico como tal participación, sino que sospechan desinterés. Porque si el médico realmente se interesara por su sufrimiento, haría algo, curaría su mal, piensan, atrapados como están dentro de la representación técnico-naturalista, que investiga racionalmente las dificultades y las supera con la técnica adecuada. SE necesita muchas veces largo tiempo y una tenacidad considerable por parte del médico para perseverar una y otra vez en el camino adecuado a pesar de todas las quejas. Las explicaciones resultan útiles en ocasiones, pero en última instancia es necesario que el paciente experimente que esta actitud de "no hacer nada" le hace bien. Más de una vez las quejas impacientes sobre la actitud pasiva, poco cooperadora del médico se convierten en punto de partida para sentir que gracias a ella, a pesar de todas las apariencias, está ocurriendo algo, aunque no se esté construyendo, produciendo, tratando ni aconsejando nada. También para perseverar en esta fase, a menudo larga y difícil, la propia experiencia puede resultarle de utilidad al médico. 

Deberíamos ahora plantearnos el problema si verdaderamente hace falta un médico para posibilitar este silencio acogedor. En realidad no se necesitaría ni a un médico ni a un psicólogo si este arte estuviera generalizado hoy día, pero parece hallarse próximo a extinguirse. Pero aun si la capacidad para escuchar a otro ser humano con participación afectiva se volviera bien común, quedarían suficientes casos en los cuales, a pesar de toda la buena voluntad del oyente, el paciente no llegaría a expresarse, debido a inhibiciones o, para utilizar los términos freudianos, no se atrevería a expresarse debido a resistencias interiores o, si lo hiciera, ocurriría en forma racional, carente de todo matiz afectivo, y de este modo en una forma ineficaz desde un punto de vista terapéutico. Aquí también tocamos el punto donde ya no basta únicamente el silencio del terapeuta. Cuando las defensas interiores, inhibiciones, temores, malentendidos y cosas por el estilo perturban el fluir de la experiencia, cuando por este motivo no puede ocurrir la maduración o el desarrollo, el psicoterapeuta debe intervenir y tratar de despejar el cauce desviado del torrente vivencial. Pero esta imagen ya nos lleva a la esfera técnica, pues nos hace ver, por así decirlo, una draga que aleja las piedras del cauce de un río y con ello ya nos hemos apartado del crecimiento, de la maduración y desarrollo psíquico naturales. Ciertos terapeutas poco experimentados tratan de quitar de en medio tales obstáculos del cause del río mediante la persuasión, los apremios, la incitación pero una y otra vez deben reconocer con gran sorpresa de su parte que, si bien pueden apartar algunas piedras aisladas, más tarde el río queda detenido en otra parte y no se logra poner en movimiento la experiencia curativa, de contenido afectivo. También la resistencia íntima frente a la experiencia debe ser combatida con la actitud psicoterápica de cuidado que posibilita el crecimiento, y no con la herramienta del técnico o con el bisturí del cirujano. Ante todo hay que esperar hasta que la resistencia se manifieste claramente, luego ha de señalársela hasta que el paciente se sienta capaz de sorprenderse de ello. ¿Acaso el paciente no tiene los mejores propósitos de analizarse, acaso no quiere expresarse y se lo propone en cada hora de consulta, pero luego tiene que sentir que hay algo en él que no quiere, que es más fuerte que su razón y que dice simplemente que no? Sólo cuando se llega a este punto es posible preguntar al paciente por qué le resulta tan difícil hablar, si realmente es necesario recelar tanto y si no le sería posible decidirse a contar sus preocupaciones. En tales momentos vuelve a confirmarse una vez más lo que Freud ya había descubierto en los primeros comienzos, es decir, que las inhibiciones contra la experiencia son decisivas y no el hecho de expresarse a la fuerza, que ante todo se trata de disolver las resistencias y luego el paciente narrará espontáneamente lo que había sido objeto de represión. 

Pero no siempre es posible analizar severamente las resistencias hasta el momento de lograr la vivencia curativa. En el caso de enfermos graves, psicosis, anorexia mentalis, en el caso de una hipertensión psicógena grave, en el caso de una tendencia neurótica hacia los accidentes y otros cuadros morbosos es posible que el paciente se muera mucho antes de la desaparición de las resistencias o, al menos quede irremediablemente dañado. En tales casos no se podrá muchas veces hacer otra cosa que enfrentarse activamente a un comportamiento enfermizo y peligroso, por ejemplo, obligar a comer a una enferma de sitiofobia u hospitalizar a un paciente psicótico. Pero en este contexto no se trata de una delimitación de estas formas de comportamiento, sino simplemente se trata de entender qué es eficaz en la psicoterapia en el sentido de una maduración de la personalidad. En la psicoterapia es eficaz la vivencia de matiz afectivo dentro de la relación con el médico que escucha en forma acogedora. Cuando esta experiencia positiva se halla perturbada, el médico, que por lo común se mantiene en actitud de oyente pasivo y silencioso, debe intervenir para señalar las resistencias que imposibilitan la vivencia. Estas resistencias, por su parte, desaparecen gracias a la vivencia afectiva y no mediante consejos o insistencias. La libertad íntima del médico frente a cosas sobre las cuales el paciente cree no poder hablar, le permite a este un asombroso bienhechor acerca de su estrechez, exeperiencia que se podría parafrasear como sigue: "Si el médico se refiere a ello sin sentir reparos, yo quizá también podría intentarlo alguna vez." Ahora existe una nueva posibilidad para la vivencia, el paciente se atreve a expresar algo que quizá ya hace tiempo lo había avergonzado. Hace la experiencia de que lo que expresa no es motivo de condena, sino que es contemplado benévolamente en su calidad de problema humano, de dificultad, y entonces vuelve a sentirse asombrado. En este proceso el paciente admite posibilidades vitales que anteriormente había rechazado y aprende a asumir también éstas de manera libre y responsable. Aprende más acerca de sí mismo, amplía la comprensión de sí mismo, y favorece así lo que en él hay de específicamente humano, es decir, el tener una relación consigo mismo, comprenderse."


Referencia bibliográfica 

Knoepfel, H. (1967). Psicoterapia para médicos de cabecera. Madrid: Gredos

H. K. Knoepfel: Delimitación del concepto de psicoterapia


"Si nos proponemos pensar y hablar con sencillez es particularmente importante el que sepamos que con claridad cuál es el sentido de las expresiones empleadas. Desde que la psicoterapia se ha convertido en cierto sentido en una moda, ha tenido lugar una considerable extensión  en la aplicación de la palabra. Existe, en efecto, el peligro de que la palabra psicoterapia, tan popular en al actualidad, se utilice muy pronto para toda conversación sostenida con un médico o, al menos, para toda conversación con un psiquiatra. Ningún buen médico da una inyección a su paciente sin pensar también en el temor del enfermo, sin alentarlo y darle quizá algunas explicaciones acerca del significado y efectos de la inyección. ¿Podemos llamar a esto psicoterapia? ¿Se trata de una psicoterapia cuando alentamos a un ser humano deprimido o le decimos palabras consoladoras? Si llegamos a afirmar esto, entonces también sería psicoterapia el que una madre le cosa el vestido destrozado del muñeco a su hijita llorosa, el que un hambriento sea alimentado o un pobre reciba ayuda económica. Si llamamos psicoterapia a todo comportamiento o conversación de solidaridad humana, sólo alcanzamos una hinchazón de la palabra que la despoja de todo sentido. Es necesario que nos limitemos. La psicoterapia es terapia de la psique y con la psique. Pero con ello ya presuponemos que existe una psique, un órgano psíquico por así decirlo, con el cual y gracias a cuya intervención se practica la terapia. Más adelante nos ocuparemos del carácter problemático de esta representación. No constituye ningún obstáculo para la delimitación del concepto de psicoterapia. Lo que le interesa a la psicoterapia no es pues simplemente atenuar las aflicciones psíquicas en el caso de una experiencia abrumadora sino lo que interesa es hacer frente a los problemas psíquicos a través del contacto psíquico. Pero este tratamiento no es de ninguna manera una restitutio ad integrum, tal como la concibe la medicina corporal como meta deseable sino que, por el contrario, es un intento de captar el sentido de la enfermedad, de incorporarla y de alcanzar una nueva integridad. La psicoterapia se propone alcanzar un desarrollo psíquico a través del contacto interpersonal, que permita al paciente dominar más tarde dificultades similares sin el auxilio del médico terapéutico. Si nos fracturamos un apierna por segunda vez volvemos a consultar al cirujano. En cambio en una psicoterapia bien llevada queremos aprender a tratar nosotros mismos nuestra próxima "pierna fracturada". Sólo quisiera hablar de psicoterapia en los casos en que se tiende a tal desarrollo psíquico, ciñéndome al dictamen de Meerwin. Con ello debemos delimitar a la psicoterapia frente a la esfera de acción de las palabras de aliento, consuelo, consejo y de la ayuda activa. La relación que estas actitudes guardan entre sí se encuentra muy claramente expresada por Martin Heidegger, quien ya en 1926 aclaró los conceptos de "procurar por" que "sustituye" y de "procurar por"  que anticipa, sin referirse en especial a la psicoterapia. Quien sustituye a otro le quita una preocupación, pero también hace de él un ser dependiente y no lo favorece en su capacidad de solución él mismo su dificultad. Desgraciadamente gran parte de nuestra actual acción de asistencia social se dirige a "sustituir", a quitar el peso de la responsabilidad e infantiliza con ello nuestra población sin proponérselo en forma consciente. Pero tampoco la hipnosis es una psicoterapia en el sentido de un mayor desarrollo, tan poco como, por ejemplo, los ejercicios de relajación. Todos estos métodos sirven meramente para adaptar al hombre de manera más conveniente a determinada situación, no a desarrollarlo. Frente a esta actitud está la de enseñarle a un enfermo un comportamiento más adecuado; en lugar de resolverle sus dificultades se puede por así decirlo anticipársele en una solución eficaz y alentarlo de este modo a que la imite. De este modo el paciente se vuelve libre e independiente. Si llevamos a un niño a través de un arrollo se le "sustituye"; pero si nos anticipamos a él piedra por piedra aprende a cruzarlo él mismo. La psicoterapia tiende hacia el "anticipar" pero, de acuerdo con la fuerza del paciente, debe comenzar con una actitud de "sustitución" más o menos señalada. Esta evolución interior hacia un ser humano más libre, que se siente capaz de afrontar la vida, es más importante que la rápida desaparición de los síntomas psíquicos; más aún, es a menudo indeseable que los síntomas desaparezcan con demasiada rapidez y el paciente prematuramente consolado pierda la oportunidad de lograr un desarrollo ulterior. 

Aconsejar, consolar y actuar en lugar del enfermo no puede alcanzar tal desarrollo en tanto que animarle y aconsejarle solo consiguen alcanzarlo en medida limitada. Tampoco la hipnosis modifica la personalidad, si bien permite en ocasiones la desaparición de ciertas tensiones psíquicas y ciertos síntomas muy dolorosos, que vuelven empero a aparecer si no se somete a un tratamiento la perturbación de la personalidad en que se basan. Lo mismo es válido para la terapia de relajación. Pero para contrarrestar síntomas particularmente dolorosos o en aquellos casos en que no es posible una psicoterapia propiamente dicha y con menos frecuencia dentro del margen de una psicoterapia, estas medidas pueden servir de medios auxiliares, pues es bien sabido que el éxito de todo tratamiento depende de la dosificación adecuada de la actitud de "apoyar" y de "dirigir". Con estas explicaciónes debería quedar bien claro que, de ninguna manera deseamos oponernos a los métodos de "apoyar", a saber, consuelo, consejo, estímulo, ayuda activa, hipnosis o ejercicios de relajación. Se trata únicamente de encontrar el radio de acción respectiva. Pero así como de una inyección de insulina no se espera el mejoramiento de la descompensación de la circulación sanguínea, no se ha de esperar una maduración de la personalidad de la ayuda o del consejo "sustitutivos". Cuando, por ejemplo, dos cónyuges no son capaces, debido a una falta de autodisciplina, de conservar la fe conyugal, todo consejo tendiente a hacerles renunciar a experiencias extramatrimoniales servirá de bien poco. Los consejos sólo tienen sentido en los casos en que existe una falta de conocimientos necesarios y cuando los interesados se hallan en condiciones de seguir el consejo.

El consuelo está muy acreditado entre todos los pacientes, particularmente entre quienes desean ver sólo la participación del mundo circundante en su desgracia y que prefieren no prestar atención a sus propias faltas. Si protestamos enérgicamente con ellos contra la maldad del mundo, se sienten satisfechos, pero en cambio, descuidan la oportunidad muchas veces única de ayudarse a sí mismos a través de un propio cambio de actitud y malgastan su tiempo y energías en intentos vanos de corregir el "mundo malo".

Un desarrollo que se propone lograr la independencia y la madurez no es de ninguna manera privativo de la psicoterapia. Es, por el contrario, lo más natural del mundo, lo que podemos observar en cualquier niño, en cuanto no se le estorba artificialmente. Sólo en aquellos casos en que limitaciones educativas inoportunas han originado un comportamiento enfermizo, la psicoterapia trata de poner nuevamente en marcha la maduración natural, al apartar los obstáculos; dicho gráficamente, pero no d eforzar con el auxilio de una bomba, el curso de las aguas por entre los obstáculos. 

A menudo la psicoterapia se equipara al psicoanálisis. Teóricamente es muy fácil establecer una delimitación. En los Estados Unidos, por ejemplo, se habla en muchas partes de psicoanálisis sólo en los casos en que el paciente se recuesta en un diván, asocia libremente, y cuando se analiza la relación médico-paciente. El tratamiento tiene lugar a través de una conversación, en posición sentada o sin una mención expresa de la relación médico-paciente recibe el nombre de psicoterapia. En la práctica esta diferenciación resulta engañosa y artificial. Es más fácil llegar a una delimitación -en el caso de que creamos necesitarla- partiendo del médico. Si el médico psicoterapéutico no ha sido analizado el mismo y sino se ha dejado controlar muchas horas de tratamiento a través de conversaciones con un profesora analista no debería llamar psicoanálisis a la actividad que despliega. También en los casos en que la relación médico-paciente no es expresamente estudiada es preferible hablar de psicoterapia y no de psicoanálisis. Como ocurre ante todo en el psicoanálisis, médico y paciente pueden estudiar esta relación, por así decirlo, como caso modelo de comportamiento interhumano o también se puede, lo que ocurre con frecuencia  en la psicoterapia, utilizar esta relación por ejemplo para intentar un comportamiento nuevo y más favorable. Pero debemos señalar que ambos aspectos aparecerán en todos los análisis, tanto la observación como el aprovechamiento de las relaciones, y con ello también esta diferenciación se vuelve problemática. Lo más sencillo es prescindir de la diferenciación rigurosa entre psicoanálisis y psicoterapia. 

En resumen podemos afirmar lo siguiente: La psicoterapia se propone poner en marcha el desarrollo humano natural en sí pero obstruido de manera enfermiza, para alcanzar la madurez e independencia. 

El psicoanálisis por su parte es una forma particularmente profundizada de la psicoterapia, sólo necesaria y posible para pocos pacientes, que en gran medida se apoya sobre la consideración de la relación entre médico y paciente. La curación de los síntomas no es abordada en primer término, sino que por regla general, ocurre espontáneamente cuando ha vuelto a ponerse en marcha al maduración psíquica, más aún, constituye su principal misión, a pesar de que desgraciadamente la transmisión de conocimientos ha pasado a ocupar un primer plano en nuestro tiempo. Pero la educación sólo es posible cuando tiene este proceso de maduración que es natural en el hombre.  Si es frenado, se produce un estado enfermizo que puede ser superado en muchos casos mediante la psicoterapia" (Knoepfel, 1967, pp.13-15).


Referencia bibliográfica

Knoepfel, H. (1967). Psicoterapia para médicos de cabecera. Madrid: Gredos. 

Roger Money-Kyrle: Moralidad del superyó y moralidad basada en el amor


El psicoanalista Roger Money-Kyrle (1955) describe dos tipos de moralidad que llama: a) "moralidad del superyó" y b) "moralidad no basada en el miedo sino en el amor". La primera es la más temprana, basada en sentimientos de persecución y castigo. Fue descrita plenamente por Freud. La segunda es más tardía, y está relacionada con la posición depresiva. Fue descrita por Melanie Klein. Money-Kyrle dice que hay no solo una diferencia cualitativa en el tipo de culpa (persecutoria o depresiva, que se dañe el yo o que se dañe o pierda el objeto) sino también en la reacción hacia esa culpa. "Aquellos con un predominio de la conciencia persecutoria reaccionan por expiación. Aquellos en quienes el elemento persecutorio está ligeramente dispuesto y que, en consecuencia, son relativamente más sensibles al elemento depresivo reaccionan por reparación".


Bibliografía

Money-Kyrle, R. (1955). Psychoanalysis and ethics. In The Collected Papers of Roger Money-Kyrle. Clunie Press pp. 264-284.

K. Jaspers: Conciencia de la extensión del tiempo del pasado reciente


"Es comprensible que, después de un día de mucho trabajo y de ricos acontecimientos, se tenga la conciencia de un día largo, mientras que un día vacío, que pasó lentamente, es imaginado por la conciencia restrospectiva como breve. Cuanto más vivaces imaginemos los acontecimientos pasados, tanto más corto nos parece el tiempo transcurrido; cuanto más acontecimientos nos hayan afectado desde entonces, tanto más largo. Sin embargo hay un modo de recordar el transcurso del tiempo, que de esa manera no es de ningún modo comprensible, sino que tiene por base algo nuevo, elemental. 

Después de una psicosis aguda rica en acontecimientos, escribe un paranoico: "De la totalidad de mis recuerdos se ha establecido en mí la impresión de que el espacio de tiempo, que abarca, según la admisión humana ordinaria, sólo 3-4 meses, en realidad tuvo que haber abarcado un tiempo enormemente largo, como si noches aisladas hubiesen tenido la duración de siglos."

En la embriaguez de mezcalina experimentó Serko una sobreestimación subjetiva del tiempo transcurrido. El tiempo le pareció extendido. Incluso lo experimentado le parecía en la lejanía. 

Se ha informado sobre una abundancia dominante de acontecimientos en algunos segundos, por ejemplo, en la caída o en el sueño. Un investigador francés de los sueños comunica (citado según Winterstein): Soñaba con el dominio del terror de al revolución, con escenas de asesinato y de tribunales, con condenas, con el viaje al lugar de la ejecución, con la guillotina, sentía cómo era separada su cabeza del tronco y despertó: las colgaduras de la cama habían caído y le habían dado en las vértebras del cuello"."El fin del sueño es su origen."

La credibilidad de informes semejantes no puede ser puesta en duda. Pero no es posible que en un segundo se haya experimentado sucesivamente lo que en el recuerdo es consciente como una sucesión. Tiene que haber actos que resumen la actualización momentánea intensiva y que luego son descompuestos en el recuerdo en una sucesión. 

Psicasténicos y esquizofrénicos informan sobre experimentos sublimes de pocos minutos como si hubiesen tenido duración eterna. 

"En el aura del epiléptico, un segundo es vivido como eternidad o como sin tiempo" (Dostoievski)" (Jaspers, 2006, p. 99).


Bibliografía: 

Jaspers, K. (2006). Psicopatología general. México: Fondo de Cultura Económica.