El prejuicio paterno-filial



El "culpar" a los padres de la “salud” o la “enfermedad mental” es el prejuicio más grande para la psicología comprensiva. Las impresiones diagnósticas están plagadas de la “novela familiar” a la que se le atribuye innecesariamente una responsabilidad causal. Así, de la anorexia o bulimia se puede buscar en los modos de crianza o en los ejemplos paternos, lo que más bien puede corresponder a las influencias culturales, a las relaciones entre amigos, las relaciones de pareja, el entorno publicitario, los modelos educativos, el trabajo, etc. “Yo empecé a purgarme cuando una amiga me dijo lo que eran las purgas”, decía una paciente. Sucede lo mismo con la “salud mental”; se atribuye habitualmente a la familia la formación de una resiliencia que también pudo ser modelada en un ambiente externo o propia del carácter congénito de un hombre. Abundan los casos de personas en las que no se presentan síntomas psíquicos significativos, aun cuando el ambiente familiar ha sido fuertemente estresante. Todo el material comprensible puede oscurecerse debido a interpretaciones selectivas o explicaciones tendenciosas en las que prima forzadamente un prejuicio. Y en cuanto al prejuicio paterno-filial, edípico o no, se está hablando del más común de todos ellos, por lo que es preciso guardar especial reserva dada su tradicional aceptabilidad teórica y popular.

Lacan fue Pablo y los lacanianos la Iglesia



Lacan realizó algo así como una exégesis, o una adecuación exegética del psicoanálisis, haciéndolo adaptable fuera de su cultura originaria, la burguesía vienesa, paciente de los primeros años del psicoanálisis. De forma estructural, logró hacer teóricamente fidedignas las nociones e hipótesis sustanciales del psicoanálisis, reavivando su adecuación hasta entonces caduca, improductiva y sumamente tediosa en los discípulos freudianos, quienes pretendiendo innovar, redundaban sin cansarse sobre los mismos temas de hacía décadas. 


Pero Lacan no se envaneció con la idea de proponer, de innovar con alguna hipótesis psicoanalítica, a diferencia de los discípulos freudianos. "Esto no es nada nuevo, es para que entiendan", decía en sus seminarios, por ejemplo, con los conceptos de lo real, lo simbólico, lo imaginario. Lacan más bien vio la necesidad de retomar la teoría freudiana y hacer una práctica adecuada, no flexible, sino sustancialmente estructurada en algunas nociones, actitudes y supuestos del psicoanálisis, dando especial importancia a las significaciones, debido a su interés personal por la lingüística y el estructuralismo y porque Freud así parecía concederlo. Estudió con bases lingüísticas el psicoanálisis, pero eso tampoco fue algo nuevo, retornó al mito de "la cura por la palabra" una práctica, una doctrina incluso, que se había convertido en "la cura por Edipo". "El psicoanálisis no es el rito de Edipo", decía.

Haciendo una analogía, Freud fue como Cristo, pues así como Cristo vivió los Evangelios, la Buena Nueva, Freud practicó, incluso vivió el psicoanálisis, como una actitud. Bruno Bettelheim decía que el psicoanálisis no es una herramienta, sino una actitud, una actitud de no conformarse con lo obvio, una actitud de entender al otro desde su punto de vista. Eso básicamente es lo que ha hecho todo buen psicoanalista. Lacan fue quien se encargó de llevar esa práctica, esa doctrina freudiana, "la cura por la palabra" a culturas distintas, como Pablo a los gentiles llevó la Buena Nueva. Y ese fue, sintéticamente el aporte de Lacan, no algo nuevo, sino un retomar, incluso escudriñar y analizar lo esencial de una teoría, tomando lo accidental de la cultura vienesa sólo como evidencia, contaminada y enterrada por prejuicios sobre prejuicios. 

Los lacanianos, por su parte, malinterpretaron la actitud de Lacan, retrocedieron en esa determinación de volver a la teoría freudiana y terminaron dogmatizando sus estudios, sus cuestionamientos, incluso bajo el formalismo de la institución, como lo hicieron los discípulos freudianos, y como lo hizo la Iglesia de los primeros siglos con las exégesis de Pablo. Por ejemplo, el tema de la angustia, fue un tema que Freud reconocía que le daba problemas, y Lacan retrocedió para examinarlo, para concluir lo que Freud dejó a medias, pero no para llegar a fórmulas. Igual sucedió con el problema de la psicosis. ¿Pero qué hicieron los lacanianos? Reducir nuevamente todo a los viejos temas de los "epígonos" freudianos. Las palabras lacaniano o freudiano, están señalando una actitud equivocada, así como frecuentemente es equivocado hablar de "cristianos", más apegados a costumbres que poco tienen que ver con la persona de Cristo.

Los lacanianos, por ejemplo, copiaron algunas cosas como la interrupción arbitraria de las sesiones, se obstinaron en otras, como en el poner en evidencia el complejo de Edipo, cosas que si bien Lacan las hizo, fue esporádica y circunstancialmente, y si las trabajó, lo hizo de forma accesoria, como un trámite, a veces algo engorroso, que tenía que realizar lo más pronto posible, no porque considerara que hubiera un problema urgente, sino porque quería salir de ello y llegar a lo esencial.

Basta con ojear alguno de sus seminarios y contrastar con los ensayos o estudios de los llamados lacanianos. Se observarán diferencias sustanciales en sus problemas, en sus conclusiones o fines. Si Lacan reivindicó algo muy claramente ante todos sus alumnos fue lo siguiente: “ustedes son lacanianos, yo soy freudiano”.

El análisis del analista




Del texto de Freud, Consejos al médico en el tratamiento psicoanalítico (1912), hay que destacar un requisito que, al parecer, es uno de los más fundamentales del analista: haber pasado previamente por su propio análisis. Para esto Freud presenta dos alternativas: el análisis de los propios sueños o hacerse analizar por una persona perita en la técnica del psicoanálisis.

Sin embargo, dichas alternativas no se realizan fácilmente. La tarea de analizar los propios sueños demanda suma diligencia, y la opción de someterse a tratamiento psicoanalítico, es una experiencia frecuentemente evadida por los aprendices de psicoterapia.

Una de las causas comunes para la evasión mencionada, es la pundonorosa convicción de que el analista debe contar con una personalidad excepcionalmente saludable y que al someterse a tratamiento da prueba de lo contrario. Es decir, subyace muchas veces, bajo la resistencia de los psicólogos, la aseveración común de que un “un ciego no puede guiar a otro ciego”. No obstante lo que ocurre en el análisis está muy alejado de dicho refrán, pues la ceguera del analista, no consiste tanto en tener complejos como en su incapacidad para “verlos”, es decir, para reconocerlos como propios sin confundirlos con los del paciente.

Otra de las dificultades para el análisis formal de los psicoterapeutas es la acusación popular acerca de que los psicólogos estudian para "comprenderse a sí mismos” o para "solucionar sus propios conflictos”, acusación que se sienten forzados a desmentir en virtud de proclamar la generosidad del psicólogo y refutar su debilidad egoísta. Sin embargo, dicha acusación puede hacerse al estudiante de cualquier disciplina, siempre y cuando se cumpla que la misma pueda aplicarse al propio conocimiento o beneficio. Así, podría decirse que un médico estudió para prevenir su propio dolor, que un abogado estudió leyes para protegerse de la injusticia, o que una maquillista se interesó en ese arte por el deseo de verse más bella.

Pero con la disciplina psicológica ocurre algo distinto. La tarea del conocimiento propio no es sólo una tarea egoísta, sino que es el primer requisito e instrumento para acceder al conocimiento de los demás. A veces se olvida que la psicología, se funda sobre el aforismo griego “conócete a ti mismo”, máxima inscrita en el templo del oráculo de Delfos (del cual, como sabemos, deriva el signo psi). Dicha frase, a diferencia del prejuicio popular, se impone con poco peso sobre los psicólogos, cuando, en realidad, debería ser su principal cimiento.

Así como para la cultura grecorromana fue indispensable un “conocimiento de sí mismo”, por una “preocupación por sí mismo”, para “cuidar de sí mismo”, así pues si el psicólogo quiere pretender poseer una salud mental tan preciada, un excelente cuidado de sí mismo, debe también ser maestro de su auto-conocimiento.

Otra cuestión que inhibe a los psicoterapeutas de iniciar su propio proceso es, posiblemente, la incredulidad en un repertorio consabido de técnicas. Respecto a este tema mencionamos dos posibilidades. Primero, que el empleo de métodos conocidos por ambas partes pueda influir en las resistencias de la terapia: como también el paciente tiene conocimiento de las técnicas y teorías de su analista, estará atento de forma excesiva a lo que éste intenta aplicar a su persona, a las intenciones persuasivas, o a las especulaciones de su terapeuta. La terapia donde muchos procedimientos tácitos resultan demasiado obvios, o donde ambos son psicólogos, puede incrementar la atención del paciente sobre la conducta del terapeuta, en detrimento de su capacidad de insight y su espontaneidad. Y en segundo lugar, hay que mencionar la posibilidad de que se genere escepticismo, similar al de alguien que ya conoce o cree conocer cuál es el secreto de un truco de magia: la persona estará segura de que no hay nada escondido ni nada por descubrir. Sin embargo, el que ambos sean “magos” en terapia, también puede resultar en que el clima sea mucho más diáfano, las transferencias sean más sencillamente interpretables y las resistencias sean menores. Ambos dialogarían de forma más sincera y rigurosa sobre cualquier sentimiento extraño o duda que surja. Pero para que esto se logre, el analizante deberá proponerse la propia observación y dejar el análisis de su analista en una última prioridad, esto quiere decir, en términos prácticos, que deberá evitar las intelectualizaciones.

Con dicha finalidad de prevenir intelectualizaciones en terapia, Freud propone que el analizante se abstenga de leer teoría psicoanalítica por el tiempo que dure el tratamiento. Sin embargo, un aprendiz de psicólogo no puede renunciar fácilmente a sus lecturas. Deberá buscar a un analista que considere intelectualmente superior a sí mismo. Sólo de esa forma evitará perder tiempo en medir habilidades, ya que supondrá, en buena medida, que su analista está haciendo lo correcto.

Otra razón para que el alumno busque a un analista que considere intelectualmente superior, es la primera suposición que se tiene como paciente: “el analista sabe de lo que me pasa”. Al igual que la suposición de un enfermo que llega donde el médico, es necesario que el paciente tenga la suficiente confianza en la pericia y conocimiento de su doctor, pues sólo así estará dispuesto a seguir sus indicaciones terapéuticas.

Pasando ahora al tema del autoanálisis, es necesario comenzar por tratar brevemente la tarea del análisis de los propios sueños…

Cuando una persona se asigna la ocupación de conocer sus propios sueños y analizarlos, es muy fácil que caiga en el autoengaño y la censura. Puede ocurrir que los sueños se le oculten más frecuentemente, que no los recuerde, o que se proponga “apuntarlos más tarde” para luego olvidar de qué trataban o cómo estaban encadenados los sucesos.

Por ello es importante prevenir al iniciado acerca de dichos obstáculos, ya que así se verá en la necesidad de adoptar las medidas adecuadas para sortearlos. Una de esas medidas podría ser, como bien se ha dicho, apuntar los sueños inmediatamente después de levantarse, tratando de recolectar todos los símbolos que hayan despertado mayor interés y aún todos los que sean posibles.

Luego de haberse realizado esa recapitulación, también se hace necesario que se registren otras dos vicisitudes que pueden influir en gran medida el contenido y la vivencia de los sueños. En primer lugar, deberán tomarse en cuenta todas las sensaciones internas y procesos corporales anómalos que puedan alterar la disposición del soñante, esto es todas las ocurrencias físicas internas, tales como no haber dormido bien la noche anterior, encontrarse afiebrado, o haber comido excesivamente. La siguiente situación a anotar deberá versar sobre lo que ocurre en el exterior inmediato de quien reposa, teniendo por ejemplos el estado especial del clima, los ruidos u olores que de alguna forma puedan perturbar el reposo.

Registrando dichos eventos se puede hacer una diferenciación de lo que ocurre por influencias externas o fisiológicas, y lo que surge por influjo del inconsciente. Hay que recordar que el sueño es un “guardián del reposo” que tiene la tarea de reducir las perturbaciones tanto externas como internas.

Luego de esto se propone una tarea de función similar: reconocer la calidad del reposo en general. Esto se hará ya que de haberse dado un reposo muy pobre, es muy probable que los sucesos oníricos no hayan sido suficientemente protectores para las perturbaciones externas e internas, o bien que el material soñado haya sido de una naturaleza muy inquietante. De lo contrario, un reposo muy satisfactorio podría dar indicio de un material soñado igualmente satisfactorio y complaciente. Esta recomendación sirve, particularmente, para captar la vivencia del sueño, la experiencia.

Finalmente, para iniciar la operación analítica del sueño, deberán relacionarse por asociación libre los símbolos y sucesos redactados. Generalmente las motivaciones que hacen surgir esos símbolos y sucesos son motivaciones de censura, relacionadas con angustia, inquietud, o motivaciones de naturaleza satisfactoria, relacionadas con el cumplimiento de deseos, por lo que las interpretaciones buscadas tendrán tendencia hacia ambas orientaciones, las cuales habrá que separar individualmente pero también intentar reencontrarlas en un sentido en conjunto.

Una última opción para el autoanálisis es el análisis de la propia producción artística. La realización de obras y su posterior interpretación constituyen actividades que se encuentran quizá en un nivel menos “profundo” que el análisis de los sueños, pero que pueden dar valor al principiante para iniciar su autoconocimiento.

Para finalizar, concluimos reiterando la opinión de que el análisis propio es una tarea indispensable del analista, pero que indudablemente requiere de mucha paciencia, constancia y valentía, así sea que se trate de un autoanálisis o de un psicoanálisis ordinario.

De las ventajas y desventajas de cada alternativa, podemos indicar que el autoanálisis representa un menor compromiso del pundonor del psicólogo, pero, a la vez, requiere de perseverancia y rigor para evitar autoengaños. Por ello consideramos, finalmente, que el autoanálisis es el más adecuado para iniciar la autoexploración, para “tomar valor”, pero, el acompañarse de un psicoanalista, logra profundizar y reducir los probables "sesgos subjetivos".


Referencias
Freud, S. (1912). Consejos al médico en el tratamiento psicoanalítico. Archivo en PDF.

El sentimiento de culpa en la personalidad y la melancolía



*(Famoso episodio de la vida del pintor Vincent Van Gogh. 1888. Durante una disputa arrojó un vaso de ajenjo a su amigo, el pintor francés Paul Gauguin, el cual llevó a su perturbado amigo a su casa y lo metió en la cama. A la noche siguiente, Van Gogh atacó a Gauguin con una navaja de afeitar, mas de repente huyó a su cuarto y se cortó parte de una oreja en un exceso de arrepentimiento. Van Gogh se suicidó en 1890, dos años después de dicho acontecimiento.)

En el modelo psicoanalítico de la personalidad el sentimiento de culpabilidad se entiende en términos generales como un conflicto interno, un acto en el que interviene el superyó y que cumple con ciertas funciones…

A continuación se cita brevemente la obra Freud en la que se trata acerca del sentimiento de culpa en la personalidad (I), para, posteriormente tratar el tema del sentimiento de culpa en la patología psíquica (II)…

I. El sentimiento de culpa en la personalidad

Básicamente sucede que… “Uno se siente culpable (los creyentes dicen 'en pecado') cuando ha cometido algo que se considera 'malo'" (Freud, 2006, 99). Pero también se podría sentir culpable sin haber cometido algo malo y solamente con haber pensado cometerlo o haber tenido la intención o propósito de hacerlo…

La culpa un acto con dos funciones

Esto que anteriormente mencionamos viene a la explicación que da Freud del sentimiento de culpabilidad como un acto del superyó que cumple dos funciones: no solo de castigo, también de caución. Cuando habla de una función de castigo del superyó dice: “La tensión creada entre el severo superyó y el yo subordinado al mismo la calificamos de sentimiento de culpabilidad; se manifiesta bajo la forma de necesidad de castigo” (Freud, 2006, 98). Cuando habla de una función de caución dice que es como una vigilancia interna… “Por eso no importa mucho si realmente hemos hecho el mal o si sólo nos proponemos hacerlo; en ambos casos aparecerá el peligro cuando la autoridad lo haya descubierto y ésta adoptaría análoga actitud en cualquiera de ambos casos”(Freud, 2006, 100).

En resumen de esta descripción freudiana de la sensación de culpa podríamos decir que la misma se interpreta como un conflicto interno; la culpa es un acto del superyó, una crítica de una instancia interior, una “agresión dirigida contra el propio yo” (Freud, 2006, 98): ¿podría causar malestar, síndromes?

II. El sentimiento de culpa en la psicopatología

En efecto, Freud sostenía que en todo padecimiento anímico debería considerarse el actuar del punitivo superyó:
En todas las formas de enfermedad psíquica habría de tenerse en cuenta la conducta del super-yo; cosa que no se ha hecho hasta ahora. Pero ya podemos indicar, provisionalmente, que ha de haber también afecciones cuya base esté en un conflicto entre el yo y el super-yo. El análisis nos da derecho a suponer que la melancolía es un ejemplo de este grupo, al que daríamos entonces el nombre de «psiconeurosis narcisistas» (Freud, 1925).

Por ello mismo el estudio psicoanalítico de la melancolía debía conducir a una teoría más elaborada del sentimiento de culpabilidad. En una cita ulterior, habla justamente de la culpa sentida y la autocrítica en la melancolía:
En el caso de la melancolía es aún más fuerte la impresión de que el superyó ha arrastrado hacia sí a la conciencia. Pero aquí el yo no interpone ningún veto, se confiesa {bekennen} culpable y se somete al castigo. Comprendemos esta diferencia. En la neurosis obsesiva se trataba de mociones repelentes que permanecían fuera del yo; en la melancolía, en cambio, el objeto, a quien se dirige la cólera del superyó, ha sido acogido en el yo por identificación. (…)

¿Cómo es que el superyó se exterioriza esencialmente como sentimiento de culpa (mejor: como crítica; «sentimiento de culpa» es la percepción que corresponde en el yo a esa crítica), y así despliega contra el yo una dureza y severidad tan extraordinarias? Si nos volvemos primero a la melancolía, hallamos que el superyó hiperintenso, que ha arrastrado hacia sí a la conciencia, se abate con furia inmisericorde sobre el yo, como sí se hubiera apoderado de todo el sadismo disponible en el individuo. De acuerdo con nuestra concepción del sadismo, diríamos que el componente destructivo se ha depositado en el superyó y se ha vuelto hacia el yo (Freud, 1927).

Freud nos deja suponer que el sentimiento de culpa como acto del superyó guardaría cierta relación con la patogénesis o formación de la melancolía o depresión (denominaciones que utilizamos indistintamente para una continuidad teórica). Con esto podemos permitirnos formular una suposición: en un síndrome depresivo el sentimiento de culpa participa en el síndrome ya sea agudizándolo, participando en su formación o reforzando su tenacidad al tratamiento.

Este supuesto dicho anteriormente encontraría sustento en la experiencia de un psiquiatra neoyorquino llamado Frederick Flach, durante años profesor, conferenciante e investigador de la depresión. Flach insistía en la suma importancia del sentimiento de culpabilidad en la persona deprimida: “El sentimiento de culpabilidad, toda vez que lleva consigo una pérdida de la propia estimación, puede acarrear depresión” (Flack, 1978, 132). A su vez destaca que el elemento de culpabilidad en una depresión frustra en cierta medida la acción de tratamiento farmacológico, es decir que en cierta forma “refuerza la tenacidad” de la depresión:
“Hay una diferencia entre los estados deprimidos que nacen de la culpabilidad y los que no guardan relación con los sentimientos de culpabilidad. El psiquiatra Peter F. Regan, demostró que los pacientes deprimidos con un grado significativo de culpabilidad no responden bien al tratamiento biológico. Por el contrario, los pacientes deprimidos en los que la culpabilidad no es significativa suelen mejorar con rapidez cuando se emplean los tratamientos biológicos. El sentimiento de culpabilidad refuerza la tenacidad de la depresión… El sentimiento de culpabilidad no siempre coexiste con la depresión pero si determina con fuerza la cualidad de la misma cuando está presente” (Flach, 1978, 141-142).

Un caso de depresión con sentimiento de culpa

Uno de los casos que exponía Flach ilustra claramente un proceso en el que un sentimiento de culpa, encadenado con ciertos estresores (compromisos, conflictos de pareja), intervienen juntos en la infelicidad de un individuo:
“… Al ir explorando los motivos de su infelicidad, el curso de la terapia, reveló que había estado sosteniendo relaciones con la secretaria de uno de sus clientes durante casi dos años. “Eso no podría hundirme. En realidad, es el único placer que tengo, el acostarme con ella una o dos veces al mes. Además, ¿qué hay de raro en eso? Todo el mundo tiene sus escapadas”.

Fueron necesarios varios meses antes de que pudiera convencerse a sí mismo de que, independientemente de lo que otros hicieran o dejaran de hacer, su relación sexual le estaba provocando un sentimiento de culpabilidad. Su comportamiento contrastaba con su educación. De niño había asistido a escuelas religiosas y hasta poco después de los veinte años, había participado activamente en actos de la iglesia. Antes de casarse con su esposa no había tenido relaciones sexuales con nadie.

Había acatado las normas estrictas exigentes de su formación fundamentalista, hasta que otras exigencias de su vida sobre todo en los negocios, le forzaron a contraer compromisos. Comenzó a reducir un poco sus valores arraigados. De vez en cuando se echaba un trago…. Para ese tiempo consideraba la religión como una desventaja. Hasta que comenzó sus amoríos su vida hogareña había sido relativamente plácida. Después de eso, y en gran medida como producto de su culpabilidad no reconocida, se convirtió en un campo de batalla con su esposa.

“¿Y qué hago ahora sencillamente con esta culpabilidad que reconozco? Desde luego no voy a volver a la forma de pensar que tenía hace veinte años”. Ante sí tenía dos opciones: o bien modificar su sistema de valores en lo que se refería a la fidelidad de su matrimonio o terminar sus relaciones ilícitas y tratar de mejorar su vida en el hogar. Se decidió por esta última pero no fue una elección fácil. Le costaba trabajo creer, que rodeado como se encontraba por la tolerancia sexual, pudiera sentirse más a gusto con su conjunto original de valores” (Flach, 1978, 139-140).

III. Conclusión

En la perspectiva de Freud de la personalidad el sentimiento de culpa es un conflicto, una tensión entre el superyó y el yo, que cumple a la vez con ciertas funciones del superyó.

Según Freud todas estas tensiones así como el actuar del superyó deberían tomarse en cuenta en las bases de cualquier patología psíquica… De esto deriva que el sentimiento de culpa como un conflicto y un efecto del superyó se suponga relevante en la formación o presentación de la melancolía.

Flach habla también de la relevancia de la culpabilidad en la depresión, y señala que en cierta forma la caracteriza, lo cual es importante y supone ciertas consideraciones para su comprensión y tratamiento. Concluyendo en palabras de Flach: “El sentimiento de culpabilidad no siempre coexiste con la depresión, pero si determina con fuerza la cualidad de la misma cuando está presente. Para muchas personas el hacer frente a la depresión significa volverse a poner de nuevo en contacto con sentimientos legítimos de culpabilidad” (Flach, 1978, 142).


*(Trigal con cuervos. 1890. Van Gogh se suicidó de un tiro en el trigal donde pintó su último lienzo.)

IV. Bibliografía

Flach, Frederick. (1978). La fuerza secreta de la depresión. México: Lasser press.
Freud, Sigmund. (2006). El malestar en la cultura. Madrid: Alianza editorial.
Freud, Sigmund. (1925). Neurosis y psicosis. En línea: http://www.elortiba.org/freud5.html
Freud, Sigmund. (1927). El yo y el ello. (Archivo .pdf)